Sobre un cierto tono apocalíptico adoptado en la crítica
Por Silvia L. Gil

Hay una mirada de la totalidad reproducida en el gesto intelectual del apocalipsis. El filósofo italiano Franco (Bifo) Berardi, en una reciente conversación con el psicoanalista Jorge Alemán, argumentó que la reproducción humana ha llegado a su fin y que los años venideros serían prácticamente invivibles. Bifo, que ha hecho análisis profundamente lúcidos sobre nuestro presente, parece pasar por alto con estas palabras que en otras latitudes ya se vivió y continúa vigente el horror que conmueve hoy a Europa. Y que, en esas condiciones, los pueblos han generado formas de vida en la Tierra que no solo resisten a la violencia exterminadora que se les impuso, sino que sostienen otras maneras de ser en el mundo, pese a la actualización de la colonización en sofisticadas dinámicas de despojo.
Esas otras formas de ser en el mundo han sido profundamente desdeñadas, infantilizadas y menospreciadas por los discursos masculinos que ahora vaticinan esa misma catástrofe. Son formas que han sido feminizadas: que mantienen un fuerte vínculo cualitativo con el trabajo desarrollado por las mujeres a lo largo de la historia, que comparten su hacer en lo concreto, el cuerpo, la Tierra. Esta cualidad no tiene nada de «natural», emerge de otra forma de ser en el mundo que es ética y política, es una apuesta, una organización simbólica distinta, un tipo de pensamiento que tiene como fundamento incluir sin aniquilar la otredad.
El pensamiento del falo totalizante no permite ver que la vida florece: que su reproducción tiene lugar incluso en los escenarios más hostiles. Y que la verdadera disputa hoy es entre las fuerzas que defienden la vida de los pueblos —esto es, su dignidad, el cuidado de los territorios y la defensa de la vida común con sus múltiples y complejas experiencias— y las fuerzas que tratan de apropiársela, homogeneizarla, explotarla, en su aspecto físico y psíquico. La batalla es ambivalente y la partida no está ganada cuando la miramos con las lentes ampliadas que permiten ver lo que sucede en las realidades encarnadas, en las actividades invisibles y el trabajo históricamente feminizado, en las luchas colectivas y experiencias cotidianas donde la reproducción de la vida tiene lugar siempre a contracorriente, en condiciones de amenaza a su propia persistencia (porque el sistema de acumulación del capital amenaza la posibilidad del vivir en su sentido amplio).
No se trata entonces de desertar del futuro previsto para la humanidad, como si huir de forma definitiva fuese posible, como el hombre que fantasea con un mundo de libertad por fuera de los lazos «opresores» femeninos, sino de sostener la capacidad de identificar las lógicas de vinculación y creación de mundo que ya tienen lugar, aquí y ahora, y que son el germen de lo por venir. Muchas mujeres ya desertaron hace siglos de la guerra, no solo de las declaradas, sino también de las informales y cotidianas desplegadas contra ellas (pienso en Ciudad Juárez como la cartografía ejemplar de nuestro mundo contemporáneo). Bifo afirma que la sexualidad desaparece en medio de esta guerra continuada que también tiene lugar a nivel psíquico. Pero, ¿no es más bien que está desapareciendo un tipo de sexualidad, la falocéntrica? No abandonamos la sexualidad como tal, sino esta sexualidad abusiva, aburrida, monotemática y lineal, al mismo tiempo que desplegamos otra, recreando distintas formas de erotismo, encuentro, sensibilidad. Solo un pensamiento no falocéntrico lograría ver la diferencia.
Me parece que Bifo identifica perfectamente este problema cuando explica que no leyó en su momento, los años setenta, la exitosa novela La Storia, de la escritora italiana Elsa Morante —que no es L'amica geniale de Elena Ferrante a la que se refiere Jorge Alemán en esa misma entrevista, otra joya inconmensurable de la literatura italiana—. Elsa Morante narró en esa novela el drama de Europa de la Segunda Guerra Mundial a través de la tragedia y la desolación, en medio de las que, sin embargo, los personajes muestran su absoluta dignidad. Me pregunto: ¿han leído a las mujeres y las minorías?, ¿las han escuchado, considerado políticamente?, ¿o solo cuando llega la catástrofe este olvido se hace evidente? Es muy probable que sin la apertura del nuevo tiempo que abrió la revuelta feminista en la última década Elsa Morante permaneciese, junto a tantas otras, como estuvo desde los 70 para Bifo, en el terreno de lo indescifrable de la cultura y la historia de Occidente.
Frente a esta totalización del apocalipsis, se abre paso el sujeto dividido. Se supone que el sujeto dividido, en su disputa con lo Uno, lo desestabiliza y cuestiona. Pero, ¿y si este tipo de sujeto dividido, debido a su rigidez, su imposición de la desconfianza y la falta sobre todo aquello que le compete, su aparente superioridad epistemológica y por momentos incluso moral, en lugar de descompletar, expusiese la otra cara de lo Mismo? ¿Y si reproduce también el falo totalizante: divide de una única manera, despliega paradójicamente el Uno en la división? Siempre señala algo que no estamos viendo, desconfía: cuando hay mucho, dice: «cuidado, que también hay poco»; cuando hay poco, dice: « ¿no te diste cuenta de que al menos hay uno que es mucho?» Los dos son las mismas versiones de lo Mismo: la rigidez del falo que se impone como visión única. No hay posible concesión, siempre estaremos en otro lugar impulsado por la lógica que sustrae, en el lado de una ontología que, así planteada, en su distancia con el mundo óntico, es complaciente con la incapacidad de política concreta. No hay posibilidad de ilusión en ningún proyecto colectivo (tenemos las malas noticias de que fallará); tampoco hay espacio para identificar la desolación de nuestro presente (su enunciación es ingenua porque olvida las buenas noticias: la excepción a la catástrofe). El modo en el que genera distancia el sujeto dividido acaba resonando con la distancia de la posición masculina en el mundo social.
Tengo la sensación de que la historia se escribe de un modo muy distinto para nosotras, que estamos en otra desde hace mucho tiempo, como los personajes de La storia de Elsa Morante. Porque vivimos en la catástrofe desde un tiempo inmemorable y hemos tenido que aprender a distanciarnos y, al mismo tiempo, a crear, en medio de dificultades que, desde la posición del falo, tan erguido, tan idéntico a sí mismo, tan encerrado sobre sí, resulta difícil, si no imposible, imaginar. ¿Quién se arremanga en la catástrofe? ¿Quién defiende la vida en la catástrofe? ¿Quién ensancha la esperanza al mismo tiempo que mira de frente la devastación? La lógica del falo hace muy difícil, si no imposible enunciar la esperanza o la ternura radical, que se anudan como prácticas sin recetas en este tiempo de la guerra.
Frente a la restauración masculina, que extiende el predominio del falo en tantas versiones, sigamos iluminando la diferencia, en nuestra historia de rupturas y distancias, en nuestra comunidad imposible, en la que amamos, pensamos, insistimos con todo el dolor del mundo.
El pensamiento y la práctica feminista de Silvia L. Gil (Madrid, 1978) están orientados a sostener espacios donde se piensa en común y se cuida la vida. Silvia es profesora de la Universidad Iberoamericana y autora de Nuevos Feminismos. Sentidos comunes en la dispersión (Traficantes de Sueños, 2011), Horizontes del feminismo. Conversaciones en un tiempo de crisis y esperanza (Bajo Tierra/Traficantes 2022) y Desigualdades a flor de piel: las cadenas globales de cuidados, junto a Amaia P. Orozco (ONU-Mujeres 2011).
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